Hay cosas que son difíciles de olvidar cuando las lees. Unas porque preferirías no haberlas leído nunca, incluso diría que con cierto malsano anhelo de que no se hubiesen llegado a escribir jamás, y otras porque te cambian la perspectiva dándote la vuelta como si fueras un calcetín, sobre todo si te dedicas o disfrutas juntando letras. En mi caso a Wallace hay veces que lo pondría en el primer grupo, veces que lo pondría en el segundo y otras en las que lo lees y te deja sin saber muy bien donde meterlo. Lo único cierto e indiscutible de Wallace es que, pase lo que pase, jamás te dejará indiferente y, tengo la sospecha, el muy puñetero lo sabía.
A título personal diré que La Broma Infinita, sin lugar a dudas, la pondría en el segundo grupo.